lunes, 28 de marzo de 2016

¿MISIONERA O MISIONADA?



Doy gracias a Dios por haberme permitido ir una vez más a compartir una semana de misiones.
Y aunque suene muy trillado me pregunto una vez más si soy misionera o misionada.
Como todos los años nos preparamos con meses de anticipación para ir a compartir con los más necesitados, llevamos estampas, rosarios, material para evangelizar y un corazón dispuesto para servir. 

Pero conforme van pasando los días Dios nos va transformando de misioneros a misonados.
Es que escuchar una meditación al iniciar el día después leer el Evangelio y salir a llevar el mensaje de salvación y a cambio recibir una sonrisa de un niño, o una bendición de un anciano no tiene nombre.
Vamos a visitar las casas para llevar esperanza y ver las necesidades de las personas tratando de resolver a medida de nuestras posibilidades lo que se pueda.

Es impresionante que no solo nos abren las puertas de sus casas sino también las de su corazón.

Me doy cuenta de como vamos haciendo con el pasar de lo años de las cosas materiales vanas necesidades, ellos verdaderamente tienen necesidades y es de lo que menos se quejan, les basta con un techo de lamina y unas cortinas de telas viejas. No aspiran a una camisa que combine con el pantalón o a unos zapatos para jugar futbol en la calle, mucho menos de marcas.
Dios nos permite ver manifestaciones de su amor a cada momento. 

Invitamos a las personas a recibir el sacramento de la reconciliación, entran al confesionario con miedo y vergüenza después de no confesarse por años y salen llenos de luz, para después acercarse a recibir la Eucaristía con sus mejores galas, felices.

Poder vivir los oficios de la Semana Mayor acompañada de tantas personas sencillas que se dejan llevar por unos misioneros a los que nunca habían visto, nos escuchan y reciben los consejos sólo porque vamos en el nombre de Dios. 
No añoran unas vacaciones en la playa ni el ir a esquiar a la montaña, se ponen felices con que lleguen los misioneros a visitarles.

En el equipo que me tocó iban muchas personas desde niños hasta adultos mayores con una espiritualidad enorme, con un corazón generoso y absolutamente todos viviendo la caridad, el sacerdote que nos acompañaba nos administraba los sacramentos y nos daba acompañamiento espiritual y un testimonio de entrega sin límites.


Por todo ello regreso a mi casa llena de experiencias y anécdotas que me hacen preguntarme si fui a misionar o a que me misionarán.

Sandra Lillingston

domingo, 6 de marzo de 2016

MERCADO VS SÚPERMERCADO




Hace algunos años cuando era pequeña acompañaba a mi madre al mercado, comprábamos la fruta de temporada, verduras, carne, pollo fresco, huevo y todo lo necesario para la comida que ella preparaba.

Las personas que trabajaban en el mercado conocían a mi mamá y mi mamá a ellas, se saludaban con gusto y le daban un buen trato por ser clienta, aunque no tenían la herramienta de la mercadotecnia que tenemos hoy, tenían la caridad y la inteligencia que hacían dar un trato amable y personalizado a cada cliente que llegaba a los puestos.

Nos compraban un rico chocomilk sin temor a enfermarnos por tomar leche sin pasteurizar o a contaminarnos de alguna virus o bacteria por falta de higiene.

Era toda una aventura, el olor a churros calientes por un pasillo, por otro olor a las carnitas recién hechas, no podía faltar el ruido tan característico de la tortillería.

Las bolsas tejidas para llevar el mandado totalmente reciclable y el niño trabajador que nos ayudaba a llevarlas al carro. 

El día de ayer que fui al supermercado y vi el departamento de frutas y verduras con todo tan acomodado y colorido pero tan insípido a la vez. No hay pitayas, ni tunas, nunca he visto cocuixtles ni nísperos. Nadie me conoce ni conozco a nadie es todo frío.

Pienso en el Papa Francisco cuando nos dice que volvamos a relacionarnos unos con otros, que nos preocupemos por los demás, que cuidemos la casa del Padre. Palabras que me hacen reflexionar en las personas del campo que ahora tienen que vender sus cosechas a los empacadores internacionales a un mínimo precio. Pienso también en las personas del mercado que cada vez venden menos porque no tienen los recursos para competir con las grandes empresas.

Aun estamos a tiempo de regresar a comprar al mercado (antes de que desaparezcan) de llevar a nuestros hijos a que conozcan las frutas y verduras que solamente se dan en nuestras tierras, que vivan la experiencia de tomar un jugo o chocomilk del mercado, de sentir la cercanía de nuestros hermanos que nos conocen por nuestro nombre, de ver a las marchantas vendiendo sus artesanías vestidos con trajes típicos.


Retomemos nuestra esencia de personas hechas para vivir en comunidad. No permitamos que nos materialicen como fruta de exhibidor, toda parecida, bonita por fuera pero sin sabor.

Sandra Lillingston