Hace algunos años cuando era pequeña acompañaba a mi madre al mercado, comprábamos la fruta de temporada, verduras, carne, pollo fresco, huevo y todo lo necesario para la comida que ella preparaba.
Las personas que trabajaban en el mercado conocían a mi mamá y mi mamá a ellas, se saludaban con gusto y le daban un buen trato por ser clienta, aunque no tenían la herramienta de la mercadotecnia que tenemos hoy, tenían la caridad y la inteligencia que hacían dar un trato amable y personalizado a cada cliente que llegaba a los puestos.
Nos compraban un rico chocomilk sin temor a enfermarnos por tomar leche sin pasteurizar o a contaminarnos de alguna virus o bacteria por falta de higiene.
Era toda una aventura, el olor a churros calientes por un pasillo, por otro olor a las carnitas recién hechas, no podía faltar el ruido tan característico de la tortillería.
Las bolsas tejidas para llevar el mandado totalmente reciclable y el niño trabajador que nos ayudaba a llevarlas al carro.
El día de ayer que fui al supermercado y vi el departamento de frutas y verduras con todo tan acomodado y colorido pero tan insípido a la vez. No hay pitayas, ni tunas, nunca he visto cocuixtles ni nísperos. Nadie me conoce ni conozco a nadie es todo frío.
Pienso en el Papa Francisco cuando nos dice que volvamos a relacionarnos unos con otros, que nos preocupemos por los demás, que cuidemos la casa del Padre. Palabras que me hacen reflexionar en las personas del campo que ahora tienen que vender sus cosechas a los empacadores internacionales a un mínimo precio. Pienso también en las personas del mercado que cada vez venden menos porque no tienen los recursos para competir con las grandes empresas.
Aun estamos a tiempo de regresar a comprar al mercado (antes de que desaparezcan) de llevar a nuestros hijos a que conozcan las frutas y verduras que solamente se dan en nuestras tierras, que vivan la experiencia de tomar un jugo o chocomilk del mercado, de sentir la cercanía de nuestros hermanos que nos conocen por nuestro nombre, de ver a las marchantas vendiendo sus artesanías vestidos con trajes típicos.
Retomemos nuestra esencia de personas hechas para vivir en comunidad. No permitamos que nos materialicen como fruta de exhibidor, toda parecida, bonita por fuera pero sin sabor.
Sandra Lillingston
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