- Existe en la Iglesia desde hace mucho una tradición llamada la HORA EUCARÍSTICA. Esta se puede hacer solo, en grupo o en familia; puede hacerse en una Iglesia, con el Santísimo expuesto o puede hacerse en casa.
Lo hermoso de la HORA EUCARÍSTICA es que se ofrece siempre para reparar los pecados del mundo. Es un gran acto de amor y se acostumbra hacerla los días jueves.
Señor Jesús:
«Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros
hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios» (Jn. 6,69).
Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con
el sacrificio de la última cena y continúa como comunión y donación de todo lo
que eres.
Aumenta nuestra FE.
Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro SÍ unido al tuyo.
Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro SÍ unido al tuyo.
Contigo ya podemos decir: Padre nuestro.
Siguiéndote a ti, «camino, verdad y vida»,
queremos penetrar en el aparente «silencio» y «ausencia» de Dios, rasgando la
nube del Tabor para escuchar la voz del Padre que nos dice: «Este es mi Hijo
amado, en quien tengo mi complacencia: Escuchadlo» (Mt. 17,5).
Con esta FE, hecha de escucha contemplativa,
sabremos iluminar nuestras situaciones personales, así como los diversos
sectores de la vida familiar y social.
Tú eres nuestra ESPERANZA, nuestra paz, nuestro
mediador, hermano y amigo.
Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza
al saber que vives «siempre intercediendo por nosotros» (Heb. 7,25).
Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo
de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.
Queremos sentir como tú y valorar las cosas como
las valoras tú. Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo.
Apoyados en esta ESPERANZA, queremos infundir en
el mundo esta escala de valores evangélicos por la que Dios y sus dones
salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida
concreta.
Queremos AMAR COMO TÚ, que das la vida y te
comunicas con todo lo que eres.
Quisiéramos decir como San Pablo: «Mi vida es
Cristo» (Flp. 1,21).
Nuestra vida no tiene sentido sin ti.
Queremos aprender a «estar con quien sabemos nos
ama», porque «con tan buen amigo presente todo se puede sufrir». En ti
aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque en la oración «el amor
es el que habla» (Sta. Teresa).
Entrando en tu intimidad, queremos adoptar
determinaciones y actitudes básicas, decisiones duraderas, opciones
fundamentales según nuestra propia vocación cristiana.
CREYENDO, ESPERANDO Y AMANDO, TE ADORAMOS con
una actitud sencilla de presencia, silencio y espera, que quiere ser también
reparación, como respuesta a tus palabras: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt.
26,38).
Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y
palabras; por eso queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo
tal como es, y callando con un silencio de amigo y con una presencia de donación.
El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos
ayuda a decir esos «gemidos inenarrables» (Rom. 8,26) que se traducen en
actitud agradecida y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con
sola tu presencia, tu amor y tu palabra.
En nuestras noches físicas y morales, si tú
estás presente, y nos amas, y nos hablas, ya nos basta, aunque muchas veces no
sentiremos la consolación.
Aprendiendo este más allá de la ADORACIÓN,
estaremos en tu intimidad o «misterio». Entonces nuestra oración se convertirá
en respeto hacia el «misterio» de cada hermano y de cada acontecimiento para
insertarnos en nuestro ambiente familiar y social y construir la historia con
este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación.
Gracias a ti, nuestra capacidad de silencio y de
adoración se convertirá en capacidad de AMAR y de SERVIR.
Nos has dado a tu Madre como nuestra para que
nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y
poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre.
Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe
meditar adorando y amando tu Palabra, para transformarla en vida y comunicarla
a todos los hermanos.
Amén.
Amén.
Juan Pablo II
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