viernes, 27 de mayo de 2016

EL SUEÑO DE MICAELA



La señora se llamaba Micaela.

Lo mucho que ganaba lo distribuía en tres partes iguales. La primera para satisfacer su orgullo y su vanidad, comprando vestidos llamativos, joyas lujosísimas, perfumes rarísimos, muebles costosos y automóviles último modelo y todo lo que pudiera deslumbrar a los demás y atraer las miradas así ella. La segunda parte de sus jugosas ganancias era para darle gusto a sus sentidos: comidas las más sabrosas que hubiera en restaurantes, hoteles y centros comerciales. Bebidas embriagantes costosísimas. Adornos para su casa estrambóticos y que valían miles y miles. Películas, equipos de sonido de última moda, conciertos, revistas importadas, todo lo que pudiera darle gozo, recreación y placer.
La tercera parte era para viajar: turismo sin cesar en las agencias que más cobraran. Y además había que ir a todos los lugares exóticos de la propia nación. Y siempre en los transportes más elegantes, cómodos y rápidos, en el mejor hotel.
Pero había alguien que rezaba mucho por la salvación del alma de esta pobre mujer y le obtuvo de Dios un sueño muy curioso. Y fue el siguiente:
Una noche soñó Micaela que se había muerto y que llegaba al cielo a pedir que le asignaran un puesto para toda la eternidad. Pidió ver a Dios pero le dijeron que para verlo era necesario un grado especial de santidad en el alma y que ella todavía no había llegado a ese grado. Que por ahora vería solamente a San Pedro.
Y vino el apóstol San Pedro y abriendo el libro de la vida donde está escrito todo lo que cada persona ha hecho, lo bueno y lo malo, le paso a la computadora los datos de la vida de Micaela.
Mientras la computadora hacia cuentas, San Pedro le explicó a la señora que aquel aparato daba cuatro clases de tarjetas: Una tarjeta dorada que significaba que la persona ha dado muchas limosnas y muy costosas. La segunda tarjeta era blanca y significaba que la destinataria ha hecho abundantes ayudas y visitas a enfermos, presos y gente abandonada. La tercera era verde, y quería decir que había ayudado con sus limosnas a propagar la fe y las buenas lecturas. Y la cuarta tarjeta era negra y significaba que la persona no había ayudado a los pobres y que sus limosnas no valían la pena.
Todavía estaba hablando el santo portero, cuando la computadora lanzó la tarjeta de Micaela. Era...negra. ¡Ella la tomó en sus manos temblando del susto y se fue con un ángel que le habían comisionado para señalarle el sitio donde debería de vivir por toda la eternidad.
El primer barrio que encontraron tenía todas las casas de oro: de oro las paredes, de oro los pisos, de oro el techo. cada ventana era una esmeralda inmensa y cada puerta un diamante gigante. Oh, cómo brillaba de hermoso aquel barrio. Micaela gritó que allí era donde ella quería vivir, pero el ángel le explicó que aquel barrio era para quienes habían dado limosnas muy costosas a los pobres. Para los que tenían tarjeta dorada, que significa que sus limosnas sí les costaba y no que no les costaba nada. ella suspiró de tristeza y siguieron el camino.
El segundo barrio al que llegaron tenía todas las casas de marfil brillantísimo. Oh, qué hermoso se veía aquel barrio. Nunca había imaginado ella que pudiera haber una casa de solo marfil, siendo este tan costoso y tan difícil de conseguir. Cada casa era una preciosura. sus ventanas eran perlas y cada puerta una verdadera joya de arte. Volvió a exclamar Micaela que allí se quería quedar ella, pero el ángel guía le dijo que aquel barrio era para quienes habían dado limosnas para ayudar a salvar el alma de los demás, por ejemplo ayudando a los templos, a los ancianos, a los hospitales y a los presos. Y que en la hoja de la vida de ella no se hallaba ninguna suma gastada en templos u hospitales o cárceles o asilos. aquel barrio era para quienes llevaban la tarjeta blanca y la tarjeta de ella era negra. suspiró entristecida la pobre mujer y siguieron bajando.
El tercer barrio tenía todas las casas de vidrio. Pero qué vidrios: Eran los vidrios más bellos que jamás hubiera podido imaginar. Cada vidrio reflejaba luces de mil colores. Pisos de vidrio puertas de cristal súper lujosos... "Aquí me quedo para siempre. Esto es demasiado hermoso para que yo me vaya a otra parte". Pero el ángel sonriente y amable, pero muy firme, le dijo: "Lo siento señora. Pero este barrio es para quienes tienen tarjeta verde. O sea para quienes gastaron dinero en propagar la fe, repartiendo Biblias, libros religiosos, novenas, estampas, objetos de piedad. Y el libro de la vida dice que usted no gastó jamás dinero en nada de esto. ¡Así que sigamos adelante!
Ya le daban ganas de llorar, cuando vio con espanto que salían de las murallas del cielo y empezaban a caminar por un camino que descendía rapidísimamente. Y de pronto vio un espectáculo que le causó susto, asco y aversión.
Era el cuarto barrio: Todo él construido de basuras, basuras y sólo basuras. El techo hecho de latas recogidas del basurero y llenas de moho. Los pisos de madera podrida encontrada en los botaderos de basura. Las ventanas tenían como cortinas trapos sucios recogidos de las canecas de desecho. Allí corrían las ratas, las serpientes se arrastraban repugnantes, los murciélagos asustadores y lechuzas misteriosas volaban por las oscuras habitaciones.
El ángel miro el número de la tarjeta que había entregado la computadora y mostrando un rancho asqueroso y maloliente lo señaló diciendo a la mujer: Este es su número, Siga por favor" Ella dio un grito de horror. No, no era posible que le tocara vivir en un antro tan horrendo. No, ¡Eso era espantoso! quiso salir corriendo, pero el ángel la tomó fuertemente por el brazo y le dijo muy serio: "Esto es lo único que le hemos podido construir con lo que usted envío desde la tierra. Usted no daba para los pobres y para la religión sino lo que no le costaba, lo que no servía, las sobras de su cartera, y de su mesa y de su casa. Como no regalaba sino basuras, con basuras le hicimos la casa para que viva en la eternidad. 
Micaela gritaba, lloraba y suplicaba que no, que en esa asquerosidad de vivienda no quería ella vivir jamás.
Pero el ángel se dispuso a darle un fuerte empujón para hacerle entrar a asquerosa choza, y entonces, ella, zafándose de sus manos dio un fuerte salto hacía atrás... y fue tan fuerte, que le dio un cabezazo a la pared que estaba junto a su cama y... se despertó.
Cuando Micaela se despertó estaba fría del tremendo susto. Temblaba de pies a cabeza y su temblor era tan fuerte que hacía temblar toda la cama. Encendió la luz y bajándose del lecho se arrodilló y le dio gracias a Dios de que aquello hubiera sido solamente un sueño, una pavorosa pesadilla y nada más.
Y el cambio en la vida de esta mujer fue total. En adelante sus ganancias, que eran bastantes, las dividió siempre en tres partes: La primera para propagar la fe católica: Ayudar a los templos, regalar Biblias y otros libros religiosos y objetos sagrados que aumenten la religiosidad. La segunda para los pobres: para colaborar con obras sociales: asilos, cárceles y para ayudar a gentes necesitadas a pagar el alquiler y estudios de sus hijos. Y la tercera parte para ella y su familia. Y con esta tercera parte empezó a ser mucho más feliz de lo que había sido antes gastando en lujos y vanidades que solo sirven para alimentar el orgullo y las pasiones.
Micaela vive y no permite que digamos su nombre completo. Pero un día se escribirá su biografía. Y se van a contar cosas muy admirables que sucedieron luego a esta mujer a la cual un sueño-pesadilla la hizo dejar de ser una vulgar egoísta y la convirtió en una generosa bienhechora de la humanidad.
¿Y si alguno de nosotros tuviera hoy un sueño como el de Micaela? ¿qué nos señalará la computadora del cielo?
¿Para cuál barrio de la eternidad estamos mandando cuotas? Cada uno haga sus cuentas, porque "cada cual cosechará en la eternidad según lo haya cultivado en esta vida. a quien cultiva con tacañería se le premiará muy poco, pero quien sabe dar con generosidad, recibirá también con gran generosidad.

P. Eleécer Sálesman



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