El 28 de noviembre celebramos la fiesta de los Niños Inocentes que mandó matar el cruel Herodes.
Se cumplió lo que había avisado el profeta Jeremías: "Un griterío se oye en Ramá (cerca de Belén), es Raquel que llora a sus hijos, y no se quiere consolar, porque ya no existen" (Jer. 31, 15).
Nos cuenta el evangelio de San Mateo que unos Magos llegaron a Jerusalén preguntando dónde había nacido el futuro rey de Israel, pues habían visto aparecer su estrella en el oriente, y recordaban la profecía del Antiguo Testamento que decía: "Cuando aparezca una nueva estrella en Israel, es que ha nacido un nuevo rey que reinará sobre todas las naciones" por eso se habían venido de sus lejanas tierras a adorar al recién nacido.
Dice San Mateo que Herodes se asustó mucho con esta noticia y la ciudad de Jerusalén se conmovió ante el anuncio tan importante de que ahora sí había nacido el rey que iba a gobernar el mundo entero. Herodes era tan terriblemente celoso contra cualquiera que quisiera reemplazarlo en el puesto de gobernante del país que había asesinado a dos de sus esposas y asesinó también a varios de sus hijos, porque tenía temor de que pudieran tratar de reemplazarlo por otro. Llevaba muchos años gobernando de la manera más cruel y feroz, y estaba resuelto a mandar matar a todo el que pretendiera ser rey de Israel. Por eso la noticia de que acababa de nacer un niñito que iba a ser rey poderosísimo, lo llenó de temor y dispuso tomar medidas para precaverse.
Herodes mandó llamar a los a los Sumos Sacerdotes y a los escribas y les preguntó en qué sitio exacto tenía que nacer el rey de Israel que habían anunciado los profetas. Ellos le contestaron: "Tiene que ser en Belén, porque
así lo anunció el profeta Miqueas diciendo: "Y tú, Belén, la menor entre los clanes de Judá, de ti sacaré el que ha de ser el gobernador de Israel”. (Miq. 5, 1).
Entonces Herodes se propuso averiguar bien exactamente dónde estaba el niño, para después mandar a sus soldados a que lo mataran. Y fingiendo todo lo contrario, les dijo a los Magos: - “Váyanse a averiguar bien acerca de ese niño, y cuando lo encuentren vienen y me informan, para ir yo también a adorarlo". Los magos se fueron a Belén guiados por la estrella que se les apareció otra vez, al salir de Jerusalén, y llenos de alegría encontraron al Divino Niño Jesús junto a la Virgen María y San José; lo adoraron y le ofrecieron sus regalos de oro, incienso y mirra.
Y sucedió que en sueños recibieron un aviso de Dios de que no volvieran a Jerusalén y regresaron a sus países por otros caminos. El rey Herodes se quedó sin saber dónde estaba el recién nacido. Esto lo enfureció hasta el extremo.
Rodeó con su ejército la pequeña ciudad de Belén, y mandó a sus soldados a que mataran a todos los niñitos menores de dos años, en la ciudad y sus alrededores. Ya podemos imaginar la terrible angustia para los papás de los niños al ver que a sus casas llegaban los herodianos y ante sus ojos asesinaban a su hijo tan querido. Con razón el emperador César Augusto decía con burla que ante Herodes era más peligroso ser Hijo (Huios) que cerdo (Hus), porque a los hijos los mataba sin compasión, en cambio a los cerdos no, porque entre los judíos esta prohibido comer carne de ese animal.
Pero sucedió que un ángel vino la noche anterior y avisó a José para que saliera huyendo hacia Egipto, y así cuando llegaron los asesinos, ya no pudieron encontrar al niño que buscaban para matar.
Y aquellos niños inocentes, volaron al cielo a recibir el premio de las almas que no tienen mancha y a orar por sus afligidos padres y pedir para ellos bendiciones. Y que rueguen también por nosotros, pobres y manchados que no somos nada inocentes sino muy necesitados del perdón de Dios.
En el Evangelio de la vida (25) dice: « Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo » (Gn 4, 10). No es sólo la sangre de Abel, el primer inocente asesinado, que clama a Dios, fuente y defensor de la vida. También la sangre de todo hombre asesinado después de Abel es un clamor que se eleva al Señor. De una forma absolutamente única, clama a Dios la sangre de Cristo, de quien Abel en su inocencia es figura profética, como nos recuerda el autor de la Carta a los Hebreos: « Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo... al mediador de una Nueva Alianza, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel » (12, 22.24).
Algo similar nos cuenta la Biblia en el libro del éxodo del Antiguo Testamento que pasó Egipto cuando un nuevo rey se da cuenta del gran número de Israelitas que amenazaba por ser más grande y fuerte.
El rey dijo a las parteras “Fijense bien si es niño mátenlo y si es niña déjenla vivir. Pero como las comadronas temían a Dios no hicieron lo que ordenó el rey. Entonces el faraón mandó arrojar al río a todo niño recién nacido, pero que dejaran con vida a las niñas. Una mujer dio a luz a un niño y al no poder mantenerlo con ella lo puso en una costilla de papiro, ese niño fue Moisés.
El día de hoy, día de los Santos Inocentes, seguimos en la cultura de asesinar a los inocentes, pero ahora desde el vientre de las madres.
Nosotros estamos invitados a cambiar esa cultura, a luchar con las armas de la verdad, por todos esos bebes que como Jesús vienen a traer Luz a las familias. Date la oportunidad de colaborar en algún movimiento pro vida, informase en tu parroquia, lee las Santas Escrituras, si tienes dudas consulta el catecismo de la Iglesia Católica, aprovecha los medios electrónicos que nos ponen al alcance de nuestras manos las encíclicas de los Santos Padres. Fórmate para que después puedas transmitir el amor por la vida a tus hijos y a todos los que nos rodean. Un hijo siempre es una bendición!!!
Sandra Lillingston
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