La preparación de las Ofrendas: Se llevan las ofrendas al altar, lo más conveniente es que los
fieles las lleven. Estas son el vino y el pan. Se recoge la limosna, la cual es
también una ofrenda. El sacerdote prepara el altar, extiende el corporal, si tiene
copón lo destapa. El sacerdote recibe las ofrendas del pueblo. Con las
ofrendas, la asamblea no sólo ofrece lo material, sino que simboliza la entrega
del cristiano, su total disponibilidad a lo que Dios le tiene señalado. Se
entregan los dones que Dios ha dado a cada quien, todo se pone a su
disposición.
Ofrecimiento del pan y del vino: El pan y el vino se ofrecen por separado. El vino es preparado por el sacerdote que le añade unas gotas de agua diciendo: “Que así como el agua se mezcla con el vino, participemos de la divinidad de Aquél, que quizó compartir nuestra humanidad”. Existe un simbolismo entre el pan y el trabajo, además de que, en el pan hay muchos granos de trigo. Y como dice San Pablo: “Porque el pan es uno, somos muchos un sólo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1 Cor 10, 17). El vino se obtiene de la vid, machacando y pisando, símbolo de dolor, de sufrimiento y se ofrece para convertirlo en la Sangre de Cristo por un deseo de expiación. Con el pan y el vino se ofrece el trabajo, el descanso, las alegrías, las contrariedades; pero sobre todo, el deseo de que Dios acepte a cada quien con sus miserias, y los transforme con su Gracia hasta asemejarlos a su Hijo.
Ofrecimiento del pan y del vino: El pan y el vino se ofrecen por separado. El vino es preparado por el sacerdote que le añade unas gotas de agua diciendo: “Que así como el agua se mezcla con el vino, participemos de la divinidad de Aquél, que quizó compartir nuestra humanidad”. Existe un simbolismo entre el pan y el trabajo, además de que, en el pan hay muchos granos de trigo. Y como dice San Pablo: “Porque el pan es uno, somos muchos un sólo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1 Cor 10, 17). El vino se obtiene de la vid, machacando y pisando, símbolo de dolor, de sufrimiento y se ofrece para convertirlo en la Sangre de Cristo por un deseo de expiación. Con el pan y el vino se ofrece el trabajo, el descanso, las alegrías, las contrariedades; pero sobre todo, el deseo de que Dios acepte a cada quien con sus miserias, y los transforme con su Gracia hasta asemejarlos a su Hijo.
CATALINA RIVAS:
…Un momento después llegó el Ofertorio y la Santísima Virgen dijo “Reza así: ( y yo la seguía) Señor, te ofrezco todo lo que soy, lo que tengo, lo que puedo, todo lo
pongo en Tus manos. Edifica Tú, Señor con lo poco que soy. Por los méritos de
Tu Hijo, transfórmame, Dios Altísimo. Te pido por mi familia, por mis
bienhechores, por cada miembro de nuestro Apostolado, por todas las personas
que nos combaten, por aquellos que se encomiendan a mis pobres oraciones...
Enséñame a poner mi corazón en el suelo para que su caminar sea menos duro. Así
oraban los santos, así quiero que lo hagan”.
Y es que así lo pide Jesús, que pongamos el
corazón en el suelo para que ellos no sientan la dureza, sino que los aliviemos
con el dolor de aquel pisotón. Años después leí un librito de oraciones de un
Santo al que La Santa Misaquiero
mucho: José María Escrivá de Balaguer y allá pude encontrar una oración
parecida a la que me enseñaba la Virgen. Tal vez este Santo a quien me
encomiendo, agradaba a la Virgen Santísima con aquellas oraciones.
De pronto empezaron a ponerse de pie unas
figuras que no había visto antes. Era como si del lado de cada persona que
estaba en la Catedral, saliera otra persona y aquello se llenó de unos
personajes jóvenes, hermosos. Iban vestidos con túnicas muy blancas y fueron
saliendo hasta el pasillo central dirigiéndose hacia el Altar.
Dijo nuestra Madre: “Observa, son los Ángeles de la Guarda de cada una de las personas que
está aquí. Es el momento en que su Ángel de la Guarda lleva sus ofrendas y
peticiones ante el Altar del Señor.”
En aquel momento, estaba completamente
asombrada, porque esos seres tenían rostros tan hermosos, tan radiantes como no
puede uno imaginarse. Lucían unos rostros muy bellos, casi femeninos, sin
embargo la complexión de su cuerpo, sus manos, su estatura era de hombre. Los
pies desnudos no pisaban el suelo, sino que iban como deslizándose, como
resbalando. Aquella procesión era muy hermosa.
Algunos de ellos tenían como una fuente de oro
con algo que brillaba mucho con una luz blanca-dorada, dijo la Virgen: -“Son los Ángeles de la Guarda de las
personas que están ofreciendo esta Santa Misa por muchas intenciones, aquellas
personas que están conscientes de lo que significa esta celebración, aquellas
que tienen algo que ofrecer al Señor...”
“Ofrezcan en este
momento..., ofrezcan sus penas, sus dolores, sus ilusiones, sus tristezas, sus
alegrías, sus peticiones. Recuerden que la Misa tiene un valor infinito por lo
tanto, sean generosos en ofrecer y en pedir.”
Detrás de los primeros Ángeles venían otros que
no tenían nada en las manos, las llevaban vacías. Dijo la Virgen: -“Son los Ángeles de las personas que estando
aquí, no ofrecen nunca nada, que no tienen interés en vivir cada momento
litúrgico de la Misa y no tienen ofrecimientos que llevar ante el Altar del
Señor.”
En último lugar iban otros Ángeles que estaban
medio tristones, con las
La Santa Misa 5
manos juntas en oración pero con la mirada baja.
-“Son los Ángeles de la Guarda de las
personas que estando aquí, no están, es decir de las personas que han venido
forzadas, que han venido por compromiso, pero sin ningún deseo de participar de
la Santa Misa y los Ángeles van tristes porque no tienen qué llevar ante el
Altar, salvo sus propias oraciones.”
“No entristezcan a su
Ángel de la Guarda... Pidan mucho, pidan por la conversión de los pecadores,
por la paz del mundo, por sus familiares, sus vecinos, por quienes se
encomiendan a sus oraciones. Pidan, pidan mucho, pero no sólo por ustedes, sino
por los demás.”
“Recuerden que el ofrecimiento que más agrada al Señor es cuando se
ofrecen ustedes mismos como holocausto, para que Jesús, al bajar, los
transforme por Sus propios méritos. ¿Qué tienen que ofrecer al Padre por sí
mismos? La nada y el pecado, pero al ofrecerse unidos a los méritos de Jesús,
aquel ofrecimiento es grato al Padre.”
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