Tú, mi Madre, me conoces y sabes de mis profundos
deseos, mis ardientes remordimientos, de mi callado dolor; tú me conoces, sabes de mi tristeza y
desesperación, tú conoces lo más íntimo de mí, incluso aquello donde el silencio
grita y no puedo escuchar, deseo tanto
por un instante volver a ser tan libre, libre de la cárcel de mis pensamientos,
de la cárcel de mi remordimiento. Tú María, sabes de ese dolor, de mis pecados y todos las veces que
consiente, ofendí al Padre; ultrajé mi cuerpo y viole mis entrañas, tú, Madre mía que estuviste derramando
tus lágrimas a mi lado mantras yo pensaba cómo llevar a cabo el holocausto de mi
propia carne.
Efímero el placer
cuando las entrañas ofenden y ultrajan las leyes de mi Señor, efímera es la felicidad cuando dista de la
voluntad de quien en mí se complació,
efímera mi fe cuando no confié en la maternidad que a mí se me donó y que absurda la respuesta de un ser
que piensa, ama, desea y cree pero
cobardemente de la vida se desprendió.
….. Los verdes
prados del señor se tiñen de rojo, niños rechazados de culpa y dolor, ¡cuánta sangre derramada,
inocentes hijos de Dios, rechazados desde el vientre al instante mismo
de su concepción! Frágil e Indefensos
seres que ni un día sus ojitos
vieran, seres indefensos cuya sonrisa,
caricias y ternura de su madre jamás conocieran.
Perdona Padre mío
tanta humillación y da a esas hijas misericordia y perdón; llega a
lo profundo de su corazón, háblales de tu amor, que nadie ultraje sus vidas que
nunca más cobardes sean ante ti Dios, llena sus corazones, aliméntalas de
perdón, y que algún día ellas acepten el precio de tu pasión.
Infunde amado Padre
en esas madres pasión, valentía y convicción para que griten al mundo el precio
de su dolor, las consecuencias de su acción y eviten teñir de rojo los prados
verdes que de los niños son.
Amén.
Rocío Rio
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