domingo, 31 de mayo de 2015

EL ALMA DE TODO APOSTOLADO



La misión apostólica constituye una tarea ineludible para todo cristiano. Es el mismo Señor Jesús quien convoca y escoge a cada uno de nosotros llamándonos por el propio nombre (Mc 3, 13ss) y nos envía como apóstoles suyos en medio del mundo (Mt 28, 20). Nuestra vocación es pues, eminentemente apostólica (Apostolicam actuositatem, 2). Esta tarea evangelizadora es la de dar vida a un mundo que agoniza, consumido en su propia mediocridad, en la ilusión y el vacío de la tentación del poder, del fácil consumismo del tener, de la esclavitud del poder-poseer. Las lacerantes rupturas que aquejan a la humanidad exigen de nuestra parte una acción decidida y audaz por transformar radicalmente todo aquello que se encuentra "en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación" (Evangelii nuntiandi, 19).
Una intensa vida de oración es condición ineludible para cumplir con esta misión. La oración no es mero acompañante de la acción apostólica. No nos llevemos a engaño. La oración es presupuesto indispensable para que nuestro apostolado sea auténtico. La oración es fuente, sustento y meta de todo apostolado; el eje mismo de nuestra vida apostólica. Ella es camino vivificador de la propia vida y acción.
ORACIÓN PARA LA VIDA...
Todo ser humano posee en su fuero más íntimo un dinamismo de apertura relacional que lo impulsa a salir de sí mismo, a trascender sus propios límites para vivir la apertura fraterna con los hermanos. Cuando la persona no vive esta dimensión de encuentro personal con los demás, sino que se repliega egoístamente sobre sí misma, traiciona sus dinamismos más íntimos, y por lo tanto, su propia humanidad.
De la misma manera, toda persona tiene constitutivamente una profunda aspiración al encuentro pleno, definitivo. Creados para vivir ese misterio de amor infinito que es la comunión y participación de la vida trinitaria (Puebla, 211-212), nuestra hambre de absoluto e infinito sólo se ve saciada en el encuentro plenificador con Dios-Amor.
La oración es pues, una dimensión fundamental, ineludible de la existencia humana, pues ella es ámbito privilegiado para orientarse a vivir ese encuentro plenificador. La oración es diálogo, es comunión, es relación personal y personalizante, entrega personal e íntima. De ahí que quien prescinde de la oración en su existencia, mutila la vocación a ser persona humana, ya que priva a su ser del impulso fundamental que es el encuentro con lo divino.
...Y EL APOSTOLADO
Como hombres de acción, tenemos que ser antes que nada hombres de oración. Vivimos insertos en una sociedad agresivamente anticristiana, una cultura de muerte que busca apartarnos constantemente de nuestra misión. No podemos hacerle el juego al mundo dejándonos arrastrar por la sutil tentación del activismo. El poner todas nuestras expectativas en nuestras capacidades personales y en los medios humanos que disponemos, prescindiendo de la acción divina a través de su gracia, es una de las más sutiles tentaciones del Maligno.
Nuestro apostolado sólo es auténtico si surge de la dinámica del encuentro personal con el Señor Jesús. Ser apóstol es anunciar a Cristo en primera persona; y sólo puede anunciar bien al Señor quien se ha encontrado con Él.
En efecto, NADIE DA LO QUE NO TIENE. Quien no reza, no vive reconciliado y por lo tanto su quehacer apostólico solamente será proyección de su propia ruptura interior. Bien afirma el ya desaparecido monje cisterciense Tomás Merton: "El hombre que no tiene paz consigo mismo, necesariamente proyecta su lucha interior en la sociedad de aquellos con quien vive y esparce el conflicto en todos los que lo rodean. Aún cuando trata de hacer el bien a otros, sus esfuerzos son desesperados, puesto que no sabe hacerse el bien a sí mismo. En los momentos del más desenfrenado idealismo puede metérsele en la cabeza hacer felices a los demás. Por eso se arroja a la obra y lo que resulta es que saca de la obra todo lo que puso en ella: su propia confusión, su propia desintegración, su propia infelicidad".
Si no existe una relación personal con el Hijo de María, nuestra acción apostólica será estéril, incluso a pesar de algunas prematuras apariencias en contrario. ¿Qué es hacer apostolado si no es hacer presente el llamado del Señor entre los hombre? ¿Cómo prestar nuestra voz a ese llamado si antes no lo hemos escuchado y acogido?
La oración es lugar privilegiado donde vivir el encuentro configurante con el Señor. Es en la dinámica oracional donde vamos siendo revestidos del Señor, conducidos de la mano maternal de María. La oración asidua nos encamina por las sendas del Plan de Dios. En la apertura al Espíritu, el Señor se nos revela, se nos muestra y nos pone de manifiesto quiénes somos (Gaudium et Spes, 22). En la comunión cálida, cercana, personal con el Señor, el apóstol alimenta su espíritu, recupera las fuerzas perdidas y se renueva interiormente para emprender nuevamente la tarea evangelizadora.
El apostolado es sobreabundancia de amor y no proyección de la propia ruptura. Es en la oración donde descubro el dinamismo del amor, que desde mi realidad personal, se proyecta a los hermanos en el servicio evangelizador. La oración es el campo fértil donde encuentra fecundidad el desafío de construir una cultura de vida, de libertad, de justicia, de amor.
VIDA Y APOSTOLADO HECHOS ORACIÓN
El ejercicio constante de la presencia de Dios; la meditación bíblica, en compañía de María; el rezo frecuente del Rosario y otras devociones a Santa María; la participación activa en la Eucaristía; las visitas frecuentes al Santísimo; la lectura espiritual; la liturgia de las horas; las jaculatorias, etc., son maneras concretas y sencillas de hacer oración.

Sin embargo, debemos recordar que no basta con mantener momentos privilegiados de oración. Toda nuestra vida debe ser una plegaria constante, una ofrenda perpetua a Dios. Los actos cotidianos deben estar orientados según el designio divino. El apostolado que nace de un corazón reconciliado, del encuentro configurante con Jesús, ya es oración, pues es expresión de la dinámica de comunión y participación a la cual todos estamos llamados (Puebla, 216). Viviendo una espiritualidad de la vida cotidiana, nuestra misma acción apostólica se convierte en gesto litúrgico.

viernes, 29 de mayo de 2015

LA ORACIÓN DE HOY...



Maravilloso eres Señor, grande y poderoso! grandes son tus palabras, grande es tu herencia, bendigo la tierra  que te viera nacer, bendita  sea Israel, pues al mundo entraste por ella, aquí es donde comenzó a escribirse tu  historia…. nuestra historia!, tú mi Jesús que en esta tierra pisaras con tus pies descalzos de niño con tus sandalias de maestro, cuida de ella, cuida a tu pueblo y   ten piedad de ellos.
  Tú mi pastor   quien bajaras a lo más íntimo del hombre, dando una  muestra de lo grandioso que es el amor del Padre, ven a mi encuentro,  dame un  corazón de niño, da  a mi ser la capacidad para transportar mi alma a aquellos tiempos cuando tú con el mar de tu  inagotable  sabiduría  dabas muestra del camino que dejabas para mi,  mi corazón es tuyo, mi ser te pertenece, cuantas veces deseo perder el aliento por seguirte, encontrar el  silencio que me de paz y llenarme de tu Espíritu reparador, cuantas veces Padre bien lo sabes y aún sigo deseando no soltarme y volver a ti, el camino es fácil las piedras muchas.
        Imagino volver el tiempo y estar en esas rocas sentada con el viento en la cara escuchando tan solo una sola de tus palabras, como desear haber estado en Galilea lugar donde obraste tu primer milagro que  fuera  escenario durante tu vida pública , donde elegiste  a tus discípulos, cuanto me hubiera gustado ser uno de ellos ver mi rostro reflejado en tus pupilas, llamarte amigo, compartir tu mesa, reír contigo secar tus manos … lavar tus pies descalzos, que maravilloso y  grande  acompañarte al mismo Jordán donde te bautizarán, haber sido participe del momento en que  las puertas a un nuevo amor,  a un nuevo perdón llegará.
 Mi dulce paz, mi trinidad que adoro, muéstrame tu rostro,  permíteme resurgir tantas veces cuanto sea necesario para permanecer a tu lado,  así como  tu tierra bendita que tantas veces destruida sigue siendo  mosaico de culturas, tierra fértil donde se alaba tu bendito nombre, tierra fértil donde tu Santo nombre es obra y lienzo, donde continua  la esencia de tu presencia. Oh! mi Cristo amado descanso del esfuerzo, gozo eterno, crucificado por tu inmenso amor,  ven y sácame del fango de mis pasiones, de  mi frágil corazón, ven y condúceme a tu tierra prometida, como niño entre tus manos guíame, no permitas que me aparte de ti y defiende a este hijo tuyo que te ama, te alaba y te bendice todos los días de su vida.  

Amén

Rocío Río

jueves, 21 de mayo de 2015

CUSTODIA EL CORAZÓN




“Tenemos que convertirnos en cristianos valientes”.
Francisco
Este libro de bolsillo fue entregado como regalo del Papa Francisco a los peregrinos que acudieron al
rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro el 22 de febrero de 2015. Explicó que “este libro recopila
algunas enseñanzas de Jesús y los contenidos esenciales de nuestra fe”.



ENSEÑANZAS DE JESÚS
Bienaventuranzas evangélicas Mt5, 3-11
Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los
Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa
de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo.
Sed perfectos Mt 5,46-48
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los
publicanos?
Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los
paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
Perdonad Mt 6, 14-15
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes.
Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Acumulad tesoros en el cielo Mt 6, 19-21
Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni
ladrones que perforen y roben.
Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.
No juzguéis Mt 7, 1-2
No juzguen, para no ser juzgados.
Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para
ustedes.
Las reglas del oro Mt 7, 12
Todos los que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los
Profetas.
Haced la voluntad del Padre Mt 7,21
No son los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que
cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Un mandamiento nuevo Jn 13, 34-35
Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense
también ustedes los unos a los otros.
En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros.

LA FE DE LA IGLESIA
El Credo
Símbolo de los apóstoles
Creo en Dios, Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.
Nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso.
Desde allí va a venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica
la comunión de los santos, el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén
Los misterios principales de la fe
Unidad y Trinidad de Dios. Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

LAS TRES VIRTUDES TEOLOGALES
Fe
La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que
la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe ‘el hombre se entrega entera y
libremente a Dios’ (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. ‘El
justo vivirá por la fe’ (Rm 1, 17). La fe viva ‘actúa por la caridad’. (Ga 5, 6).
Esperanza
La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como
felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos en la ayuda del
Espíritu Santo para merecerla y preservarla hasta el final de la vida terrenal.
Caridad
La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo
como a nosotros mismos por amor de Dios. Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo, la plenitud
de la Ley. Esta es el vínculo de la perfección y el fundamento de las demás virtudes, que anima, inspira
y ordena: sin ella yo no soy nada y nada me aprovecha.

LOS SIETE SACRAMENTOS

BAUTISMO
El Bautismo perdona el pecado original, todos los pecados personales y todas las penas debidas al
pecado; hace participar de la vida divina trinitaria mediante la gracia santificante, la gracia de la
justificación que incorpora a Cristo y a su Iglesia; hace participar del sacerdocio de Cristo y constituye
el fundamento de la comunión con los demás cristianos; otorga las virtudes teologales y los dones del
Espíritu Santo. El bautizado pertenece para siempre a Cristo: en efecto, queda marcado con el sello
indeleble de Cristo.

CONFIRMACIÓN
El efecto de la Confirmación es la especial efusión del Espíritu Santo, tal como sucedió en Pentecostés.
Esta efusión imprime en el alma un carácter indeleble y otorga un crecimiento de la gracia bautismal;
arraiga más profundamente la filiación divina; une más fuertemente con Cristo y con su Iglesia;
fortalece en el alma los dones del Espíritu Santo; concede una fuerza especial para dar testimonio de la
fe cristiana.

EUCARISTÍA
La Eucaristía es el sacrificio mismo del Cuerpo y de la Sangre del Señor Jesús, que Él instituyó para
perpetuar en los siglos, hasta su segunda venida, el sacrificio de la Cruz, confiando así a la Iglesia el
memorial de su Muerte y Resurrección. Es signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual, en el
que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la vida eterna.
Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo único e incomparable. Está presente, en efecto, de
modo verdadero, real y sustancial: con su Cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su Divinidad. Cristo,
todo entero, Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las especies
eucarísticas del pan y del vino. Cristo: Dios y hombre.
La Eucaristía es el banquete pascual porque Cristo, realizando sacramentalmente su Pascua, nos entrega
su Cuerpo y su Sangre, ofrecidos como comida y bebida, y nos une con Él y entre nosotros en su
sacrificio.

PENIENCIA
Los efectos del sacramento de la Penitencia son: la reconciliación con Dios y, por tanto, el perdón de los
pecados; la reconciliación con la Iglesia; la recuperación del estado de gracia, si se había perdido; la
remisión de la pena eterna merecida a causa de los pecados mortales y, al menos en parte, de las penas
temporales que son consecuencia del pecado; la paz y la serenidad de conciencia y el consuelo del
espíritu; el aumento de la fuerza espiritual para el combate cristiano.

UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
El sacramento de la Unción confiere una gracia particular, que une más íntimamente al enfermo a la
Pasión de Cristo, por su bien y por el de toda la Iglesia, otorgándole fortaleza, paz, ánimo y también el
perdón de los pecados, si el enfermo no ha podido confesarse. Además, este sacramento concede a
veces, si Dios lo quiere, la recuperación de la salud física. En todo caso, esta Unción prepara al enfermo
para pasar a la Casa del Padre.

ORDEN
Orden indica un cuerpo eclesial, del que se entra a formar parte mediante una especial consagración
(Ordenación), que, por un don singular del Espíritu Santo, permite ejercer una potestad sagrada al
servicio del Pueblo de Dios en nombre y con la autoridad de Cristo.
El sacramento del Orden se compone de tres grados, que son insustituibles para la estructura orgánica de
la Iglesia: el episcopado, el presbiterado y el diaconado.

MATRIMONIO
El sacramento del Matrimonio crea entre los cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo. Dios mismo
ratifica el consentimiento de los esposos. Por tanto, el Matrimonio rato y consumado entre bautizados no
podrá ser nunca disuelto. Por otra parte, este sacramento confiere a los esposos la gracia necesaria para
alcanzar la santidad en la vida conyugal y acoger y educar responsablemente a los hijos.

LA LUZ DEL ESPIRITU DE CRISTO
“El Espíritu mismo es «el don de Dios» por excelencia (cf. Jn 4, 10), es un regalo de Dios, y, a su vez,
comunica diversos dones espirituales”. Papa Francisco, 9 de abril de 2014.
Los siete dones del Espíritu Santo
Sabiduría
Intelecto
Consejo
Fortaleza
Ciencia
Piedad
Temor de Dios

LOS DOCE FRUTOS DEL ESÍRITU SANTO
Amor
Alegría
Paz
Paciencia
Longanimidad
Bondad
Benignidad
Mansedumbre
Fidelidad
Modestia
Continencia
Castidad

MANDAMIENTOS Y PRECEPTOS
Los diez mandamientos
Yo soy el Señor tu Dios:
1. Amarás a Dios sobre todas las cosas.
2. No tomarás el nombre de Dios en vano.
3. Santificarás las fiestas
4. Honrarás a tu padre y a tu madre.
5. No matarás
6. No cometerás actos impuros.
7. No robarás.
8. No darás falso testimonio ni mentirás.
9. No permitirás pensamientos ni deseos impuros.
10. No codiciarás los bienes ajenos.

LOS CINCO PRECEPTOS DE LA IGLESIA
1) Participar en la Misa todos los domingos y fiestas de guardar, y no realizar trabajos y actividades que
puedan impedir la santificación de estos días.
2) Confesar los propios pecados, mediante el sacramento de la Reconciliación al menos una vez al año.
3) Recibir el sacramento de la Eucaristía al menos en Pascua.
4) Abstenerse de comer carne y observar el ayuno en los días establecidos por la Iglesia.
5) Ayudar a la Iglesia en sus necesidades materiales, cada uno según sus posibilidades.

OBRAS DE MISERICORDIA
Las siete obras de misericordia corporales
1. Visitar y cuidar a los enfermos.
2. Dar de comer al hambriento.
3. Dar de beber al sediento.
4. Dar posada al peregrino.
5. Vestir al desnudo.
6. Redimir al cautivo.
7. Enterrar a los muertos.
Las siete obras de misericordia espirituales
1. Enseñar al que no sabe.
2. Dar buen consejo al que lo necesita.
3. Corregir al que yerra.
4. Perdonar las injurias.
5. Consolar al triste.
6. Sufrir con paciencia los defectos de los demás.
7. Rogar a Dios por vivos y difuntos.

VIRTUDES Y VICIOS
Las cuatro virtudes cardinales
1. Prudencia
2. Justicia
3. Fortaleza
4. Templanza

LOS SIETE PECADOS CAPITALES
1. Soberbia
2. Avaricia
3. Lujuria
4. Ira
5. Gula
6. Envidia
7. Pereza

PRÁCTICAS ESPIRITUALES
La “lectio divina”
Papa Francisco, Evangelii Gaudium, nn. 152-153
Hay una forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos
transformar por el Espíritu. Es lo que llamamos «lectio divina». Consiste en la lectura de la Palabra de
Dios en un momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve. Esta lectura orante de la
Biblia no está separada del estudio que realiza el predicador para descubrir el mensaje central del texto;
al contrario, debe partir de allí, para tratar de descubrir qué le dice ese mismo mensaje a la propia vida.
La lectura espiritual de un texto debe partir de su sentido literal. De otra manera, uno fácilmente le hará
decir a ese texto lo que le conviene, lo que le sirva para confirmar sus propias decisiones, lo que se
adapta a sus propios esquemas mentales. Esto, en definitiva, será utilizar algo sagrado para el propio
beneficio y trasladar esa confusión al Pueblo de Dios. Nunca hay que olvidar que a veces «el mismo
Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14).
En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor,
¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? ¿Qué me molesta en
este texto? ¿Por qué esto no me interesa?», o bien: «¿Qué me agrada? ¿Qué me estimula de esta
Palabra? ¿Qué me atrae? ¿Por qué me atrae?». Cuando uno intenta escuchar al Señor, suele haber
tentaciones. Una de ellas es simplemente sentirse molesto o abrumado y cerrarse; otra tentación muy
común es comenzar a pensar lo que el texto dice a otros, para evitar aplicarlo a la propia vida. También
sucede que uno comienza a buscar excusas que le permitan diluir el mensaje específico de un texto.
Otras veces pensamos que Dios nos exige una decisión demasiado grande, que no estamos todavía en
condiciones de tomar. Esto lleva a muchas personas a perder el gozo en su encuentro con la Palabra,
pero sería olvidar que nadie es más paciente que el Padre Dios, que nadie comprende y espera como Él.
Invita siempre a dar un paso más, pero no exige una respuesta plena si todavía no hemos recorrido el
camino que la hace posible. Simplemente quiere que miremos con sinceridad la propia existencia y la
presentemos sin mentiras ante sus ojos, que estemos dispuestos a seguir creciendo, y que le pidamos a Él
lo que todavía no podemos lograr.

CUSTODIAR EL CORAZÓN
Papa Francisco, meditación en Santa Marta, 10 de octubre de 2014
¿Custodiamos bien nuestro corazón? Es necesario custodiar nuestro corazón donde habita el Espírito
Santo “para que no entren los demás espíritus”. “Cuántas veces entran los malos pensamientos, las
malas intenciones, los celos, las envidias. Tantas cosas, que entran. ¿Pero quién ha abierto aquella
puerta? ¿Por dónde han entrado? Si yo no me doy cuenta” de cuanto “entra en mi corazón, mi corazón se
convierte en una plaza, donde todos van y vienen. Un corazón sin intimidad, un corazón donde el Señor
no puede hablar y ni siquiera ser escuchado”.
En este sentido, es recomendable la práctica, muy antigua «pero buena», del examen de conciencia.
«Quién de nosotros a la noche, antes de terminar el día, cuando se queda solo» y en silencio, «no se
pregunta: ¿qué sucedió hoy en mi corazón? ¿Qué sucedió? ¿Qué cosas pasaron por mi corazón?».
Es un ejercicio importante, una verdadera «gracia» que puede ayudarnos a ser buenos custodios. Porque,
como recordó el Papa, «los diablos vuelven siempre, incluso hasta el final de la vida». Y para vigilar que
los demonios no entren en nuestro corazón es necesario saber «estar en silencio ante nosotros mismos y
ante Dios», para verificar si en nuestra casa «entró alguien» que no conocemos y si «la llave está en su
lugar». El Papa concluyó diciendo que esto «nos ayudará a defendernos de muchas maldades, incluso de
las que nosotros mismos podamos realizar».

CONFESIÓN Y PERDÓN DE LOS PECADOS
Por qué confesarse
¡Porque somos pecadores! Es decir, pensamos y actuamos de modo contrario al Evangelio. Quien dice
estar sin pecado es un mentiroso o un ciego. En el sacramento Dios Padre perdona a quienes, habiendo
negado su condición de hijos, se confiesan de sus pecados y reconocen la misericordia de Dios. Puesto
que el pecado de uno solo daña al cuerpo de Cristo que es la Iglesia, el sacramento tiene también como
efecto la reconciliación con los hermanos.

Cómo confesarse
No es siempre fácil confesarse: no se sabe que decir, se cree que no es necesario dirigirse al
sacerdote…Tampoco es fácil confesarse bien: hoy como ayer, la dificultad más grande es la exigencia
de orientar de nuevo nuestros pensamientos, palabras y acciones que, por nuestra culpa, nos distancian
del evangelio. Es necesario «un camino de auténtica conversión, que lleva consigo un aspecto
“negativo” de liberación del pecado, y otro aspecto “positivo” de elección del bien enseñado por el
Evangelio de Jesús. Este es el contexto para la digna celebración del sacramento de la Penitencia. El
camino a recorrer, comienza por la escucha de la voz de Dios y prosigue con el examen de conciencia, el
arrepentimiento y el propósito de la enmienda, la invocación de la misericordia divina que se nos
concede gratuitamente mediante la absolución, la confesión de los pecados al sacerdote, la satisfacción o
cumplimiento de la penitencia impuesta, y finalmente, con la alabanza a Dios por medio de una vida
renovada.

Qué confesar
«El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar al sacerdote todos los
pecados graves que no ha confesado aún y de los que se acuerde, tras examinar cuidadosamente su 
conciencia. La confesión de las faltas veniales, está recomendada vivamente por la Iglesia». (Catecismo
de la Iglesia Católica, 1493)
Examen de conciencia
Consiste en interrogarse sobre el mal cometido y el bien emitido: hacia Dios, el prójimo y nosotros
mismos.
En relación a Dios
¿Solo me dirijo a Dios en caso de necesidad? ¿Participo regularmente en la Misa los domingos y días de
fiesta? ¿Comienzo y termino mi jornada con la oración? ¿Blasfemo en vano el nombre de Dios, de la
Virgen, de los santos? ¿Me he avergonzado de manifestarme como católico? ¿Qué hago para crecer
espiritualmente, cómo lo hago, cuándo lo hago? ¿Me revelo contra los designios de Dios? ¿Pretendo que
Él haga mi voluntad?
En relación al prójimo
¿Sé perdonar, tengo comprensión, ayudo a mi prójimo? ¿Juzgo sin piedad tanto de pensamiento como
con palabras? ¿He calumniado, robado, despreciado a los humildes y a los indefensos? ¿Soy envidioso,
colérico, o parcial? ¿Me avergüenzo de la carne de mis hermanos, me preocupo de los pobres y de los
enfermos? ¿Soy honesto y justo con todos o alimento la cultura del descarte? ¿Incito a otros a hacer el
mal? ¿Observo la moral conyugal y familiar enseñada por el Evangelio? ¿Cómo cumplo mi
responsabilidad de la educación de mis hijos? ¿Honoro a mis padres? ¿He rechazado la vida recién
concebida? ¿He colaborado a hacerlo? ¿Respeto el medio ambiente?
En relación a mí mismo
¿Soy un poco mundano y un poco creyente? ¿Cómo, bebo, fumo o me divierto en exceso? ¿Me
preocupo demasiado de mi salud física, de mis bienes? ¿Cómo utilizo mi tiempo? ¿Soy perezoso? ¿Me
gusta ser servido? ¿Amo y cultivo la pureza de corazón, de pensamientos, de acciones? ¿Nutro
venganzas, alimento rencores? ¿Soy misericordioso, humilde, y constructor de paz?

Acto de contrición
Jesús, mi Señor y Redentor, yo me arrepiento de todos los pecados que he cometido hasta hoy, y me
pesa de todo corazón porque con ellos he ofendido a un Dios tan bueno. Propongo firmemente no volver
a pecar y confío en que por tu infinita misericordia me has de conceder el perdón de mis pecados, y me
has de llevar a la vida eterna.