lunes, 1 de diciembre de 2014

EL PESEBRE

EL PESEBRE

El pesebre nos muestra el comienzo de la vida de nuestro Señor en el mundo, mas bien fuera del mundo, rechazado desde que llegó, y Su historia comienza fuera del mesón, Lucas 2:7, lo cual era un símbolo de lo que sería también Su muerte en la Cruz, fuera del otro mesón, del espiritual, fuera del templo de Jerusalén. Pero hay otro mesón donde Cristo está a la puerta y llama para entrar en él, si se Le abre, claro, el mesón de nuestro corazón.
El mundo no recibió al Señor, pero Él nos invita a Su casa, a la del Rey, la casa de Dios nuestro Padre. Cristo es consecuente con su propia enseñanza desde que viene al mundo y pone la otra mejilla, la del recibimiento y la acogida, siendo hospedador, pero a la manera de un Rey, el Rey de reyes, quien nos trata como a reyes: ...voy, pues, a preparar lugar para vosotros... ...en la casa de mi Padre muchas moradas hay... Evangelio de Juan 14.
El pesebre tiene dos significados comúnmente usados, se refiere tanto al lugar o especie de establo como a un recipiente hecho de piedra en el que se pone la comida del rebaño. Jesús se denomina a Si mismo nuestro Pan del cielo, ese Pan nuestro de cada día que en la famosa oración pedimos nos sea dado hoy, es decir el Alimento de Su rebaño, la Iglesia, sí, Él mismo como lo dice Su Palabra, es el Pan vivo, la Palabra viva de la que nos alimentamos cada día "Yo soy el pan de vida". Por lo tanto hay que acostumbrase a ir al pesebre cada día a comer de Cristo, a comer de la Biblia, para que nuestro espíritu no muera de hambre. Esta es la comida que habremos de compartir cada día con nuestro prójimo. Porque el Maestro ya nos enseñó que hay otra comida que hemos que comer, cuando estaba con la Samaritana y los discípulos le trajeron de comer; se refería a hacer la voluntad del Padre. La voluntad de Dios y esa voluntad está en Su Palabra, Su Hijo Jesucristo.
Desde que Cristo nace en el pesebre de nuestra alma, Dios no encuentra un trono de oro sino un lugar no digno de Él, donde reina el yo, pero donde precisamente por invitarle cada uno de nosotros en una oración personal e íntima, entra para hacer una nueva creación, sí, en nuestra propia alma, pues nunca más volvemos a ser lo que éramos antes de nacer de nuevo, y qué felicidad y paz celestial trae Él a nuestras vidas.
Que valiente y humilde ha sido nuestro Dios, que gran ejemplo de compañerismo, de amor piadoso y amigable, entrañable, majestuoso y omnisciente Su forma de amarnos, viniendo a este mundo, a un mundo enemigo de Él, que le había arrebatado a Su esposa, la que el Padre le dio, y por la que Él decidió dar Su vida. Que gran noticia para cada uno de nosotros, y para todos en unidad, que Él haya venido a este pesebre de nuestras almas.

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